¿Se excluye a los que no pueden comulgar?

Ante todo, estimado don Gustavo, le quiero manifestar mi agradecimiento por sus consideraciones y por su pregunta: ellas nos obligan a pensar y a considerar si lo que por costumbre, hacemos, sea de verdad lo mejor.

Su modo de ver y de “sentir” esa oración a favor de cuantos no pueden comulgar, me trajo a la memoria el antiguo principio formulado por el filósofo griego Aristóteles: “lo que se recibe, se recibe al modo de quien lo recibe, o según la medida del recipiente”.

En efecto, usted, don Gustavo, considera esa oración como excluyente o sectorizante, cuando en la intención de la Iglesia, se quisiera precisamente todo lo contrario: no excluir a nadie, ni juzgar a Gustavo Rodríguez San José nadie. Es por eso que “en voz alta”, en nombre de todos los que quisieran comulgar, y no lo pueden hacer, se expresa su vivo deseo de poderlo hacer, sintiéndose así, de algún modo, miembros vivos de una comunidad que quiere estar en comunión con Dios.

¿Quién de hecho tendría más motivos o mayor grado de “indignidad”, para no poder
comulgar? Sólo Dios que lee los corazones lo sabe. Precisamente por esta convicción, en el momento de la Comunión, oramos para que Dios que ve muy dentro de todos nosotros, se una con todos los que están participando en la celebración eucarística.

Por lo demás, es muy acertado lo que usted, don Gustavo, afirma acerca de la fuerza unitiva de la Palabra de Dios y es por eso que se ha introducido la conocida expresión con que hacemos referencia a las dos Mesas, la de la Palabra de Dios y la del Pan Eucarístico… A ellas convendría unir la Mesa del Perdón, pensando en el confesionario en que se administra la infinita misericordia de Dios.